Mil palabras, a menudo valen más

No soy fotógrafo; hago fotos, que no es lo mismo. Ni siquiera fotografías, la mayor parte de las veces, sino simples retratos de clientes. Me refiero a que, vale, puede que sea el que mejor sabe manejar las cámaras de la agencia; lo cual no tiene mayor mérito que el haber puesto interés por aprender de los buenos fotógrafos con los que he tenido la suerte de trabajar. Sobre todo, y muy especialmente, de mi propio hermano Carlos.

Lo mismo que he hecho con los diseñadores gráficos o con los buenos periodistas, si hablamos de mi profesión; pero también de los buenos conductores, de los cocineros originales, de los escasos jugadores de mus mejores que un servidor y hasta de los «manitas» más habilidosos: aprender de quienes bordan una actividad, o por lo menos pueden enseñarte a perfeccionar tus habilidades, es la verdadera sal de la vida. Uno tendrá no menos de 30 ó 40 defectos de fabricación, pero desde luego la falta de interés por casi todo no es uno de ellos.

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¿Para qué quiero una casa vendada?

escaleras-apartamento_alterfinesEl surrealista título de esta entrada no es ni más ni menos que lo que respondía el del chiste, cuando alguien le preguntaba: «Te vendo una casa». Pero la entrada no va de chistes o de humor, aunque lo que cuente no deje de tener su parte chistosa, sino de la compra-venta de inmuebles. El inicio de una entrada de Dolega me ha recordado que llevaba tiempo detrás de hablar del mundo inmobiliario, a mi modo. Sí, sí, basta que ya no se vendan casas ni a tiros, para que llegue el gracioso de Alterfines a bromear sobre la ‘burbuja’ inmobiliaria, los profesionales del sector y sus ‘tejemanejes’, y lo cómodos que se han vuelto a la hora de ‘empujar’ los jóvenes de hoy en día, a quienes clavarse el volante en los riñones les parece cosa del siglo XX. Todo en una misma entrada. Todo por el mismo precio; eso sí, con el 21% de IVA, que sino viene luego el Tito Montoro y nos la lía.

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Empecemos por la unidad de acción

periodismo_radio_alterfinesComía hace poco con un grupo de amigos, y durante la sobremesa nos pusimos inevitablemente a hablar de la situación socioeconómica actual. Que ahora que se le ha curado la depresión al multimillonario imbécil, ése que corre en calzoncillos detrás de un balón, y que vuestro rey lleva dos semanas sin caerse por los suelos, o «pillado» cazando animales en vías de extinción, no hay tema de conversación más recurrente. Esté uno entre clientes, acompañado por la familia o con simples desconocidos, durante el trayecto entre plantas en un breve viaje en ascensor.

Un somero repaso de lo mal que está todo, y de lo peor que puede llegar a estar, dan para unos dos minutos y medio de conversación, porque acto seguido todo español tiene un par de recetas, 3 ó 4 fórmulas magistrales, una lista de cosas que habría que enmendar con urgencia y una ‘chuleta’ con los nombres de aquellos que sería menester, ora recluir en una institución penitenciaria, ora hacer saltar por la borda…

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Tiendas de barrio: una especie en vías de extinción

comercio_cerrado_alterfinesEl interior del escaparate está vacío y el suelo polvoriento; en su fachada, un gran cartel de ‘Se Vende’ anuncia al recién llegado al barrio que otro negocio ha caído con la crisis. Y van… Con la peculiaridad de que éste, en concreto, había abierto sus puertas en otoño del pasado año.

A pesar de que es más que evidente que no tiene nada que ofrecerme como consumidor, permanezco de pie, mirándolo, mientras se me pasan un par de semáforos con el logotipo del muñeco que camina en verde. Puede ser porque acabo de hacerme una porrada de kilómetros con el piloto automático, o por el aplastante calor que asola estos días los atardeceres de la capital, pero me sorprendo a mí mismo, casi sólo en toda la acera de una gran avenida, observando los restos de un naufragio: algunos objetos que, por descuido o desidia, han quedado abandonados en el local, el día que su propietario recogió los bártulos, se tragó su aún bisoño orgullo emprendedor y partió cabizbajo hacia su casa o hacia la oficina del Inem más cercana.

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Impuestos holandeses, administración mexicana

cookies_alterfinesAl que riegue su jardín o llene su piscina, en zonas de sequía prolongada y cortes periódicos en el suministro de agua; a la cafetería o restaurante donde permitan fumar en su interior; a los que arrojen colillas encendidas al campo desde su automóvil o a través de la ventanilla de un tren; al que no cobre el IVA y trabaje «en negro»; a los padres que manipulen o directamente falsifiquen los méritos que permitan matricular a sus hijos en el colegio deseado… La lista de actividades denunciables parece aumentar cada día que abre uno el periódico o escucha la radio mientras se afeita. Y es que, en el colmo del desahogo, nuestros mandamases se han propuesto que nos pasemos el día acusándonos los unos a los otros, mediante campañas en las que se hace recaer descaradamente la responsabilidad de numerosos problemas sociales sobre las espaldas del ciudadano: si no presentas una queja, la desaparición de cientos de hectáreas de arbolado es tuya; no de que los servicios forestales hayan llegado 45 minutos tarde por los recortes administrativos en asuntos vitales, como éste. Ellos, la Administración en general, ni hace dejación de funciones, ni tiene ninguna culpa. Nada. Eso sí, a la hora de la verdad, pagamos impuestos holandeses y lo que recibimos a cambio son servicios mexicanos. Y que no se me ofendan los ciudadanos nacidos allí.

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No les gusta que hablemos de Islandia

alimento_planeta_alterfinesLos que tienen hijos pequeños saben que, acercándose las Navidades, es preferible no acercarse a los escaparates de las grandes jugueterías, so pena de ver incrementada la ya de por sí interminable lista de peticiones a los Reyes Magos. Eliminando la tentación, se evita el peligro de caer en ella, como bien saben los que tratan de dejar cualquier vicio. Dicho lo cual, y para no alargarme, que luego Josep me lo afea, si a nuestros ‘mandamases’ no les gusta que hablemos de Islandia, y de lo que allí ha ocurrido en estos años, es por ese mismo motivo: a ver si, como los chavalines, vamos a querer un país mejor; una forma de solventar esta puñetera crisis, que no es la que nos están vendiendo.

Y es que el pueblo islandés no «tragó» con la receta noeliberal: privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. ¿Qué todo va bien, y se gana dinero? Los bancos, que han sido los que supuestamente arriesgaban la pasta –aunque esa misma pasta es la que tú y yo, y el otro, y el otro depositamos en nuestras cuentas corrientes, para recibir a cambio un interés miserable– se llevan los beneficios; ¿que van mal? Se lavan las manos, y que sean los políticos los encargados de vendernos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

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Todo un ejemplo de honradez

La ética lo es todo en la vida. Y el que no esté de acuerdo con la frase anterior, o dude de su veracidad, pero desee seguir leyendo a ver por dónde van los derroteros de esta entrada, sea bienvenido. Invito está incluso a dejar clara su postura en los comentarios de ahí abajo…

Lo que traigo hoy a colación es a Gilbert Allen Meche, más conocido entre los estadounidenses –y entre la inmensa comunidad hispana que sigue el mundo del béisbol en toda Centroamérica–por Gil Meche. Más de uno se preguntará, y no sin razón, ¿por qué habría de sonarles este ex ‘pitcher’ (lanzador) diestro, que hasta hace un año jugaba en la Major League Baseball, y a quien diversos problemas de espalda obligaron a retirarse la pasada temporada, con apenas 32 años de edad? Pues ánimo, que enseguida voy a explicar el porqué.

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Récord de desahogo y plusmarca de caradura

Las piernas femeninas más largas del mundo miden una porrada de centímetros, de la cadera al tobillo, y pertenecen –esto ha de ser importante, al menos para ella– a una rubia despampanante. ¿Qué cómo lo sé? Lo he leído, al igual que el resto de los datos inútiles que me propongo escribir a continuación, en el «Libro Guinness de los Récords». Una de las tareas más absurdas llevadas a cabo por el ser humano. Claro que, puestos a ser justos, tiene cosas realmente hilarantes. Y además, ¿quién demuestra mayor retraso psicológico, el tipo que colecciona kilos y kilos de su propio cerumen o la editorial que explota el negocio de todos estos fetichistas? No he podido evitarlo: ha caído en mis manos un ejemplar de tan prescindible asunto, y no me he resistido a escribir sobre ello. Me habrán contagiado su poquedad…

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La vida y el ‘carné por puntos’

semaforos_alterfinesDándole vueltas a la sesera en busca de un tema medianamente interesante que dejar programado para el día de hoy –ya que lo pasaré al volante rumbo al Sur– mi vista ha ido a parar sobre un periódico de estos días, que sobresalía de una de las baldas de mi despacho. En uno de sus titulares hacía mención a las temidas “operaciones salida” estivales, y a ese regalo que nos han hecho de un punto extra de carné a quienes hemos conducido respetando las reglas. Curiosos tiempos estos en los que hay que premiar al que cumple con su deber… Claro que más raros tienen que parecerle a Dessjuest: ¡el Tour de Francia lo ha ganado un súbdito de la Pérfida Albión!

Tal vez por eso he recapacitado sobre lo que podíamos hacer para meter en cintura a quien se conduce mal, pero en la vida –sí, sí, esos que van poniendo a prueba nuestra paciencia y nuestra educación a cada momento–, y que no es otra cosa que aplicarles una normativa similar a la del permiso por puntos de nuestra siempre bienamada Dirección General de Tráfico. ¿O es que nadie se apuntaba conmigo a quitarle…

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Mi reino por un banco (suizo)

avion_papiroflexia_alterfinesSiete décadas atrás, año más, año menos, y con ocasión de una visita de inspección a cierta base aérea germana en el recién ocupado territorio del norte de Francia, el entonces jefe supremo de la Luftwaffe, el temido Hermann Goering, tuvo la ingeniosa ocurrencia de preguntar a su mejor piloto de caza, Adolf Galland, qué precisaba para que el glorioso ejercito alemán ganase la Batalla de Inglaterra.

A lo que Galland respondió, mientras sacudía la cabeza con cierto desánimo –mirando el morro ahumado de su Messerschmitt* y sopesando si debía o no ser sincero, por la cuenta que le traía– con un explícito: «Spitfires**, mi general, Spitfires».

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