Su profesión era la de taxista; sólo que jamás llevaba a nadie a la dirección solicitada, sino a la que él improvisaba en función del humor con el que se encontrase cuando el incauto subía a bordo. Y aunque es cierto que no ganaba un triste euro, también lo es que aprendía mucho acerca de la naturaleza humana.
Y sobre todo, se lo pasaba bomba.