Llegada la mayoría de edad de su primogénito, el progenitor siguió el mandato de sus ancestros y, como habían hecho su padre, y antes que él su abuelo, su bisabuelo, su tatarabuelo y el resto de los antepasados varones de su dinastía, cuya memoria se perdía en los olvidados orígenes de su poderoso linaje, se hizo acompañar del mayor de sus vástagos hasta la más elevada de las torres de la fortaleza familiar, desde la que se divisaba con claridad una mayor extensión de terreno de sus vastos dominios.
Sin embargo, y aquí se rompió una tradición de siglos, fue él, el padre, quien despeñó sin miramientos al joven desde la balaustrada.