Como todos los estudiosos saben, los execrables y poderosos monstruos primigenios no han sido exterminados; simplemente desaparecieron. Y no por su propia voluntad. Esto lo sabía también nuestro protagonista, discípulo de un conocido y respetado experto en estos asuntos, recientemente fallecido en lo que concierne al principio de esta historia.
El sabio difunto había acariciado la puerta en el curso de sus investigaciones, pero su discípulo no sabía si la había llegado a abrir, y si su muerte era consecuencia de ello. En cualquier caso, se daban las circunstancias extraordinarias que indicaban que en aquel episodio habían intervenido fuerzas que no eran de este mundo.