Tal día como hoy –un 27 de noviembre, no un día soleado, ni un sábado–, pero de hace apenas 16 años, instalé en casa mi primera conexión a la red. Un regalo de Cristina, mi mujer, por entonces –y todavía hoy– dispuesta a sufragar mi entusiasmo por las nuevas tecnologías.
Así que es de ley recordar aquel momento con este otro: la primera entrada de este diario. Un proyecto que nace de un sábado-tarde de aburrimiento y que no promete nada a nadie, ni siquiera a mi mismo. Esto es: habrá entradas cuando las haya, y si no hay nada nuevo que decir estará muerto y/o inmóvil como el alma de los banqueros o el encefalograma de los políticos, respectivamente.