Esa zanahoria, delante del hocico, que nunca alcanzas…

(Inasequible al desaliento –ya la conocéis– Emy se ha empeñado en elegirme para una de esas interminables ‘cadenas’ en las que todos hemos de escribir sobre un tema. En ésta ocasión, elegido por otra ‘endiablada’ liante, Nieves, a quien no se le ha ocurrido otro asunto para elucubrar que las añagazas de nuestras madres cuando querían salirse con la suya. Esto es: siempre).
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Primero, y más importante que todo lo demás: tuve una infancia feliz no, lo siguiente. Casi como la de la familia de la rama de al lado… Y eso ha marcado todo lo que ha venido a continuación, y lo que me queda de dar guerra en este barrio. Porque soy de los que creen que el dramaturgo británico Tom Stoppard tenía razón, cuando escribió «Si llevas tu infancia contigo nunca te harás viejo».

Dicho lo cual, tengo la fortuna de poder juzgar la paternidad desde un siempre sano doble punto de vista: he sido hijo y ahora soy padre. Cierto es que mantengo, como ya creo haber escrito en alguna otra ocasión, que los de mi generación hemos sido hijos cuando lo interesante era ser padres, y ahora somos padres cuando el chollo está en ser hijo. Pero disquisiciones filosóficas que darían para discutir durante horas aparte, de lo que se trata hoy es de contar al menos tres de las milongas con las que venía equipada de serie nuestra progenitora. Y a ello voy raudo.

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‘Cortos de Fondos’ 88/258

numero_88_alterfinesEstaba siempre a mi lado. No había forma de que me dejase hacer algo, sin que su presencia condicionase todos mis actos. Y a veces no me importaba, porque pasaba desapercibida. Pero hay días en que uno no está de humor para nada; esas veces que difícilmente te soportas a sí mismo, como para estar pendiente de ella… Si trataba de evadirme con una actividad manual, como regar el jardín o reparar el coche, era la primera en apuntarse; si por el contrario mi idea era concentrarme en la escritura o relajarme con un buen libro, en la terraza, allí estaba ella la primera.

Era incansable, parecía inasequible al desaliento; pero yo estaba decidido a tener mi propio espacio, sin que nada ni nadie me arrebatase ese derecho. Y a punto de irnos a la cama di con la solución.

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