Llegamos al final de la Eurocopa de ese mal denominado “deporte rey” –pues no es sino una extraña y multimillonaria versión del circo de payasos, trapecistas y titiriteros de toda la vida–, y no se me ocurre otra cosa para escribir hoy en este ‘diario’ que sobre fútbol. ¿Qué quieren? Es lo único de lo que nos han estado hablando esta semana los medios de comunicación a los que huíamos de la letanía de la crisis económica, las sudorosas temperaturas estivales o de la amenaza de del fascista gangoso que nos preside de hacer o decir algo que hunda aún más la moral del país. A pesar de que se trata de un deporte que, como espectáculo, es mediocre, y como entretenimiento, aburrido. ¿Cómo sino se explica que, después de 28 partidos disputados, y 28.268 pases dados, sólo se hayan conseguido 69 míseros goles?
Pero no voy a hablarles de eso, que resultaría demoledor. Se me ha ocurrido otra cosa para elucubrar. Y es que si la vida en general se pareciese al balompié hay algunas cosas curiosísimas que nos pasarían a los que nos movemos por la ciudad y hacemos constantemente cosas en la calle. Voy a contarles lo que sucedería si los ciudadanos de a pie nos comportásemos como les permiten hacer en los últimos tiempos a la mayoría de los aficionados al fútbol.
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